20.5.12

AÚN ES 13 DE AGOSTO DE 1521

Una mitología ensangrentada que ahora es el ayer JORGE LUIS BORGES Los ojos abre apenas uno, y todo es cierto, / la Historia recopila en su callada lengua / lo que los hombres cuentan en sus palacios de oro, / las perdidas batallas y el acero templado, // la sangre derramada en nombre del honor o de la patria, / la desbandada grey que desmemoriada lucha / y en un alto nombre ejércitos se baten incontables / como jornadas idas de un pretérito sol. // Y así haya sido hace mucho tiempo o sucedido el día de ayer, / hay muchos esperando su llegada, y gentilicios hay / que llegan y se van, ascensos y caídas y hasta choques, / pero hay quienes aún esperan la llegada de la civilización. // Abidos, Varanasi, Ur, Harappa y Alepo, / los restos sustantivos / que a veces tú pronuncias / y a veces sólo olvidas, / palabras que quedaron / recordadas de un alba / en la que aún está / lo que somos y seremos. // Hacia el pasado lleva uno los ojos –uno siempre el pasado mira– / y apenas todo es cierto: en una noche clara y de brillante luna / ardió la ciudadela al son del Iliupersis en el consulado de Cayo Lacanio / en una noche que hoy fechamos como 19 de julio del 64. // Pero hoy no hay ningún Severo ni Celer / para erigir un templo nuevo y magno / que olvidar haga el magnum incendium Romae / y que hoy concurre en esta noche interminable. // Así es como la Historia expone lo que permanecer supone en la memoria / y evitar que sin gloria queden admirables y gloriosas obras / que los griegos legaron y otras que también los bárbaros / pues el olvido es la moneda en curso que evitar se desea. // Abidos, Varanasi, Ur, Harappa y Alepo, / los restos sustantivos / que a veces tú pronuncias / y a veces sólo olvidas, / palabras que quedaron / recordadas de un alba / en la que aún está/ lo que somos y seremos. // En donde uno los ojos pose, ceniza siempre encuentra, / y la promesa intacta, por eso tantos creen, del alba por llegar. / Pero uno siempre mira hacia el pasado en la idea de estar / el día en que fue hecha la promesa de un nuevo amanecer. // Buscar podría uno en remotos tiempos, / tal vez hacia la fundación de la dinastía amorita en Alepo / o al reinado de Mebagaresi, en la cercana Babilonia / donde Gilgamesh con Enkidú la inmortalidad buscó. / O tal vez moverse hacia Umm el-Qaab, donde la escritura / su inicio tuvo y comprobar que el único derecho / que el hombre anónimo de todos los días frente al poder tenía / era pagar impuestos al emperador Horus Escorpión I. // Abidos, Varanasi, Ur, Harappa y Alepo, / los restos sustantivos / que a veces tú pronuncias / y a veces sólo olvidas, / palabras que quedaron / recordadas de un alba / en la que aún está / lo que somos y seremos. // Pero uno mira, en silencio mira a lo callado, el mudo testimonio / precedente y apenas algo entiende de esas lenguas hoy en el mutismo. / ¿También eran humanos? ¿Tenían nombre al cuál responder? / ¿Qué fue de sus pesares? ¿En qué laberintos sus ojos se perdieron? // La Historia, como siempre, sólo al rey registra y sus guerreros. / Del hombre simple y llano sólo quedan osamentas, / la callada certeza de lo perdido y sus tributos, / de lo que nadie sabe cómo nombrar pues sólo el Rey o Dios nombre tienen. // ¿Había amor en esta tierra hace cinco mil años? / Sabemos que sexo sí. Reproducción, seguro. / Y sabemos que hoy también los estudiosos desean que tengan sexo, / que sepan sus derechos sexuales, reproductivos. // Pero nadie habla del amor, del derecho al amor. / Seguro es que en Ur o en Abidos un hombre amaba a su mujer, / sin una palabra capturada en tablilla alguna que expresara su pasión, / sin nombres registrados para ellos, y olvidados en esa arena inmemorial. // Abidos, Varanasi, Ur, Harappa y Alepo, / los restos sustantivos / que a veces tú pronuncias / y a veces sólo olvidas, / palabras que quedaron / recordadas de un alba / en la que aún está / lo que somos y seremos. // Y al ir por la Calzada de los Muertos, trabajo cuesta imaginar / que aquí alguna vez los dioses su fiera sed saciaron / y que el amor proscrito estaba y nombre no tenía / aunque el poeta Netzahualcóyotl cantara algo que no entendemos. // Trabajo cuesta imaginar que estas pirámides alguna vez solo montículos / de tierra y olvido fueron, de pasto y árboles cubiertas, / y en sus cercanías anónimos hombres y mujeres las saquearon / para hacer sus casas, en donde tampoco había palabras para el amor. // Y apenas puede uno vislumbrar aquella terrible mañana / en que todo el mundo indígena en ruinas y en dolor quedó, / y en que el amor no bastó para salvar a nadie, pero es seguro / que más de un hombre a su mujerhaya amado esa alborada sin nombre. // Abidos, Varanasi, Ur, Harappa y Alepo, / los restos sustantivos / que a veces tú pronuncias / y a veces sólo olvidas, / palabras que quedaron / recordadas de un alba / en la que aún está / lo que somos y seremos. // Y veo esta ceniza que cae, la sangre que por esta tierracorre, / y sé que alguien pelea por mí una infinita guerra sin flores ni palabras / y los cuerpos mutilados y sin nombre nuevamente pueblan esta tierra / donde un hombre ama a su mujer y no hay palabras que los nombren. // Y sé que tanto sacrificio y tanta sangre, como antaño, en vano es, / pues nadie arriba, sea un dios o príncipe alguno, ve el amor ni le interesa. / Acá en la tierra, donde el habla se ha vuelto una oscura jerigonza incomprensible, / aún es 13 de agosto de 1521. /// 5 de abril de 2010 /// JOSÉ MANUEL RECILLAS