10.7.11

GRACIAS… POR FUMAR


A primera vista, Gracias por fumar resulta una película de sátira suave que trata de la lucha entre las grandes compañías tabacaleras y el Congreso de los Estados Unidos; lucha cuyo objetivo es, por parte de Big Tobacco, evitar que la campaña del senador Finisterre logre que todas las cajetillas de cigarrillos lleven impreso un emblema (una calavera y unas tibias cruzadas) y una leyenda (poison, “veneno”, en inglés), a todas luces intimidatorios; mientras que, obviamente, por parte de Finisterre, es conseguir que se apruebe esta impresión conminatoria.

También a primera vista, Nick Naylor, vicepresidente del Instituto de Estudios del Tabaco (en realidad, la máscara que encubre los esfuerzos de Big Tobacco por desvirtuar las pruebas exhibidas en contra de los cigarrillos, por parte de los grupos u organizaciones anti tabaco), el vocero anti héroe de Gracias por fumar, quien “paga la hipoteca”, defendiendo los derechos de los fumadores y los fabricantes de tabaco dentro de la cultura neo puritana de los Estados Unidos; repito, a primera vista, Nick Naylor encarna –junto con sus amigos del grupo de bar Los Mercaderes de la Muerte– esta sátira de los portavoces de los grandes negocios estadounidenses: alcohol, armas, tabaco.

Pero hay más de fondo. Enfrentándose a los fanáticos del anti tabaquismo, al oportunista Finisterre, incluso siendo secuestrado por unos tipos enviados por el secretario del senador, Naylor emprende una ofensiva de relaciones públicas que refuta los peligros de los cigarrillos; y esta ofensiva abarca lo mismo programas de televisión, entrevistas, o que contrate a un agente hollywoodiense para que promueva el hábito de fumar en las películas (incluso en la escuela del hijo del propio Naylor, durante una clase dedicada a conocer a qué se dedican los padres –What do you do–, Nick cuestiona que “los cigarrillos son malos”).

Lo que hay detrás de esta ofensiva es lo que, en mi opinión, resulta importante: en una sociedad de doble moral –en este caso, la estadounidense–, la libertad de elegir qué me proporciona placer y de satisfacerme con ello pública y lícitamente, y sabedor de los daños que esto pudiera acarrearme, aún causa escozor. Si no fuera así, entonces, ¿por qué los estadounidenses son los más grandes consumidores de grasa saturada en forma de hamburguesas, pollo frito o de queso cheddar (de Vermont, el estado del senador Finisterre, por cierto) y de la fast food en general? ¿Acaso no saben que sus arterias se están taponando con altísimos niveles de colesterol? ¿Ignoran que, además del sobrepeso, este consumo bárbaro, anti nutritivo, les traerá como consecuencia un síndrome metabólico o, peor aún, un infarto al miocardio?

Si no fuera así, entonces, ¿por qué consumen enormes cantidades de alcohol? ¿Por qué, por ejemplo, los estadounidenses que visitan Cancún, al desayuno lo acompañan con vasos desbordantes de vodka o tequila, y después, en las albercas, continúan con cerveza o margaritas? ¿Por qué –siguiendo con la tónica de este ejemplo– los springbreakers beben cerveza sin parar, desde que amanece un día antes hasta que amanece al día siguiente? Y no son estereotipos fílmicos. Ahí están. ¿Quién no los ha visto? ¿Quién no ha tenido que tolerarlos cuando se ponen pesados después de tandas y tandas de ¡most cerveza, per favour!?

Por si lo anterior no bastara, ahí están las estadísticas: los números hablan sin apasionamiento. En el caso de la fast food, los daños a la salud pública por el consumo de estos productos lícitos (¡ah, cómo valoro el sarcasmo de Naylor acerca de etiquetar también el queso de Vermont!) son muy altos, y repercuten en otros ámbitos, como la economía (a mayor número de obesos mórbidos, mayor cantidad erogada en el pago de discapacidades laborales y / o en tratamientos médicos y / u hospitalarios), o la interacción social (la discriminación hacia los fat boys, por parte de los fitness men, con las correspondientes repercusiones en lo laboral y social).

En cuanto al cigarrillo (por no mencionar el alcohol), el número de muertes es muy elevado. El propio Naylor dice, al referirse al daño a los adolescentes que fuman: “Mi producto los deja pelones, antes de matarlos”. Aquí, en este punto, me quedo sin palabras.

En Gracias por fumar se trata el problema de la libertad personal dentro de una sociedad hipócrita. Naylor, portavoz de la libertad de enviciarse con el cigarrillo, pareciera afirmar que cada quien debería ser libre de elegir aquello que le proporcione placer; por extensión, cada quien debería ser libre y consciente de cómo quiere que sea su vida… y su muerte.