10.7.11

Y REVERDECEN


El concepto de vejez ha cambiado. Hace algunos años, llegar a los cincuenta significaba ingresar en la edad de la espera, en la que uno debía ocuparse de algo, pero siempre esperando, esperando aquello que pocos querían o se atrevían a nombrar. Alguien, no sé si con valor o un necesario cinismo, llamó a la jubilación "La antesala de la Muerte". Los jubilados de entonces -me refiero a los varones-, ocupaban ese tiempo (gozoso al principio; aburrido, más tarde; y, por último, achacoso, o peor, angustiante), en el dominó o la baraja, o en ver los partidos de futbol o las peleas de box que se transmitían por televisión: aplicaban un contundente machetazo al caballo de espadas, o dicho de manera no propia de los naipes: mataban el tiempo, porque éste los mataba suavemente (y sin canción).

Las mujeres, en cambio, me refiero a las pocas afortunadas en jubilarse, hacían de esta espera su segundo trabajo, y sin remuneración. ¿Quién, que hoy tenga alrededor de cincuenta años, no recuerda a su mamá, recién jubilada, lavando, planchando, barriendo, trapeando y desempeñando otros gerundios domésticos, que los usos y costumbres de otra época les conferían a las mujeres y que se les premiaba con el Diez de Mayo, como si éste se tratase de una honrosa medalla al Mérito Familiar?

En algo coincidían estas mujeres y estos hombres: su peculiar manera de hacer deporte. Así, mientras que las mujeres se especializaban en disciplinas tales como trapear los cien metros cuadrados de piso, o las brazadas de crawl al batir la masa para los tamales, los hombres, en cambio, cultivaban con mexicana alegría el levantamiento de tarro -o de lata de tecate-, o bien su afición por la jaibolina.

Decía que el concepto de la vejez ha cambiado. Hará unos pocos años que, en el gimnasio del deportivo Mallorca, conocí a don Daniel, hombre de 74 años, el cual, además de sociable, era asiduo del lugar. Todas las tardes lo encontraba, ya sea levantando la barra o las mancuernas; a veces, entrenando con los jóvenes, y aquí me refiero a tipos de veintitantos años.

En cierta ocasión vi a don Daniel levantar una barra cargada con 100 kilos. Estaban haciendo el press inclinado en banca, él y un tipo joven y muy fornido a quien conocíamos como El Mostro (que no Monstruo). Me sorprendió que don Daniel haya hecho cinco o seis repeticiones seguidas, y más que estuviese en plan de compañero de entrenamiento de aquel curioso tipo (cuyo apodo lo definía tal cual era).


Al terminar el ejercicio, don Daniel me vio y se acercó a saludarme. No olvidaré lo que, ufano de sí mismo, me dijo: "¡No cualquier viejito carga esto!".

En ese momento le di la razón. Y ahora se la daría nuevamente.

Lo repito: el concepto de vejez ha cambiado. ¿Recuerda usted a Rosario Iglesias, doña Chayito? Si no le dice nada este nombre, tal vez recuerde a aquella viejita (perdón por el uso de las cursivas, del eufemismo) que corría, que competía en el atletismo para los mayores, los muy mayores de edad, la misma que entrevistaban en la televisión... o que aparecía en periódicos y revistas.

Ella nació en 1910. Fue una mujer que se dedicó a la venta de periódicos y revistas; que tuvo hijos, nietos y bisnietos, inclusive tataranietos; que se hizo de un puesto de periódicos en la colonia Nápoles; que vivió una vida común, anónima, de madre, abuela, hasta que... vio un maratón.

¿Quién comienza una nueva afición, quién comienza a vivir de otra forma a los 80 años?

¡Ella lo hizo! Cuando las articulaciones ya no son resistentes; cuando la columna recibe, con graves consecuencias, el impacto del talón contra la pista; cuando ya no se dispone de todo el tiempo del mundo para entrenarse; cuando es imposible competir en una olimpiada... ¡ella, ella lo hizo!

Después de ganar campeonatos locales y nacionales para atletas de su edad, en las categorías de 200, 400, 800 y 1.500 metros, doña Chayito empezó a competir internacionalmente y ganó carreras en Japón, Sudáfrica, Barbados, Gran Bretaña, Australia, Canadá, Puerto Rico y Estados Unidos. Impuso las marcas mundiales en las categorías de mayores de 85 y 90 años en 400 y 800 metros, y la de 200 metros para mayores de 90, con un tiempo de 82,29 segundos.

Como homenaje a Chayito Iglesias, en el 2004, ella portó la antorcha olímpica ante decenas de miles de personas durante el paso de ésta por suelo mexicano en su recorrido hacia Atenas. Después, Chayito Iglesias se retiró del atletismo máster, a los 95 años, siendo una de las atletas y maratonistas más longevas del mundo, y falleció tres años más tarde.

Ante estos portentosos ejemplos, yo, un chamaquito, un mocoso cualquiera de 49 años, me pregunto de nuevo, ¿quién comienza a vivir de otra forma a los 80 años? ¿Será acaso que mientras el cuero se arruga, el corazón reverdece? ¿O que los viejos de antes son los jóvenes de hoy, algo así como el viaje a la semilla, o como el extraño caso de Benajmin Button?