Abres la puerta de la recámara.
Ahí están.
Papá Chente trae puesta una guayabera amarilla,
papá Gabriel, la túnica blanca del regreso,
y tío Ángel,
que detestaba a los curas,
un bonete.
(Todavía sangran las heridas
que le vaciaron las ganas
de ser cacique
en una tierra de montañas.)
Sonríes.
(¿Cuántos abrazos mide la ausencia?)
Vienen a pedirte:
"Corrige el destino que compartes".
Desaparecen.
El pasillo a oscuras
es una pregunta boca abajo.
Años adelante,
luego de morir,
Enrique, tu hermano,
vendrá a lo mismo.
Y dejarás a mi padre.
Y mi padre subirá,
con pies desnudos,
la escalera de vivos filos
que no sabe de prisas ni descansos,
la que no promete final:
su dolor,
el más grande.)
ÓSCAR CORTÉS TAPIA