27.7.11

DULCE COMPAÑÍA


Para Óscar, siempre
I
Claro, mi amor, el Ángel de la Guarda vela tu sueño todas las noches -dice la madre mientras abraza a su hijo y le acaricia el pelo-. No temas.
Con la mano derecha traza una cruz invisible en la frente del niño; después, le besa las mejillas. A punto de apagar la lámapara del buró -junto a la cama de ella-, añade:
-Anda, hijito, regresa a tu habitación. Intenta dormir.
Pero el niño no desea marcharse; desea, sí, que el goteo del tiempo se congele.
II
Al cruzar el oscuro pasillo que conduce hasta su recámara, el niño piensa en qué responderá por la mañana, cuando su madre venga a despertarlo y advierta las sábanas manchadas de rojo. Las tijeras no estarán donde siempre: en el segundo cajón de la cómoda. Y un montón de plumas -molestas, que todas las noches le interrumpían el sueño- cubrirá un diminuto cadáver.


ÓSCAR CORTÉS TAPIA